Fue el cofundador, vocalista y compositor de Supertramp durante 14 años, antes de que las diferencias personales y musicales con Rick Davies llevasen a Roger Hodgson (Portsmouth, 1950) a abandonar el grupo. La desintegración total de la banda tardaría aún algunos años y culminaría en los tribunales, en una demanda colectiva del resto de músicos contra Davies, a la que se sumó la de Hodgson, por explotar la jugosa herencia de tocar en directo los temas de «Crisis? What crisis?» o «Breakfast in America». Así que no extraña que los intentos de reunirla hayan sido un fracaso. Para eso, Hodgson, que habla como un místico ajeno al rencor, tiene nueva banda para organizar un karaoke con el viejo repertorio y algún tema nuevo.
El 5 de junio actúa en Madrid y el 6 en San Sebastián. Usted es una persona muy espiritual. ¿Qué principios mueven su vida? Siempre he seguido con ahínco el camino de descubrir a Dios. Ese es mi propósito. Para mí, Dios es amor, y nuestra función en la vida es aprender a amar. Pienso que eso es lo que buscamos realmente y lo único que nos llevamos cuando dejamos este mundo. También es, para mí, la única razón que me ha impulsado a escribir canciones. Mis temas hablan de amor y por eso las entiendo como una oración, y mi búsqueda es sentir esa presencia interna de la divinidad. Cuando habla de Dios, ¿se refiere al cristiano? No me gusta ponerle nombre. Creo que Dios ha sido malinterpretado en la Tierra. Para mí, todos somos reflejo de Dios y por eso tomamos modelos reales de personas que estaban más cerca de él, personas que se llamaban Jesucristo, Buda o Mahoma, y que vemos como ejemplo, porque ellos sintetizan el potencial que tiene la humanidad, si es que actuamos como debemos. ¿Escribir canciones le conduce a un nivel más elevado de conocimiento, le acerca a ese Dios? La música ha sido mi educación y partió del punto de desaparecer dentro de mí mismo, de dejarme ir. Cuando aprendes eso, pasas a intentar desaparecer dentro de una canción. Y eso es magia. Dar más importancia a la obra que al artista no es frecuente en la música, un gremio en el que hay enormes egos... Sí, esa es la trampa. Para mí, ser artista consiste en quitarse del camino, dejar pasar a la inspiración y que ésta asuma las riendas. Muchos compositores clásicos decían que era Dios quien tomaba la batuta a través de ellos. Creo que todo es Dios y el secreto de la creación es dejar que los caballos corran salvajes, que hable nuestro subconsciente y nuestra superconciencia. Convertirnos en un canal vacío, un instrumento para que se exprese alguien más grande. En cambio, si dejas que tu ego se interponga, estropearás el potencial; hay que ser humilde y agradecido por el don de la creación artística. Sin embargo, el mundo del entretenimiento está poseído por el ego. Si tuviera la ocasión, daría conciertos en los que no se permitiese aplaudir al público por esa razón y porque es una interrupción. Es mejor dejar que la música se apodere del momento. Que sea un viaje, como en el cine: nadie aplaude al final de una escena. ¿Cree que ayuda a la gente con sus canciones? Lo espero. Muchos me han escrito cartas sobre la manera en la que le han influido. Creo que el arte es la forma de expresar la alegría, el dolor, las dudas, la soledad o la confusión, y lo curioso es que, en mi caso, yo escondía esos sentimientos por timidez. En lugar de contarlos, los escribía. Y, tiempo después, esas canciones ayudan a gente que ni conoceré a sentirse mucho menos solas. ¿¿Conoce la situación de España? Perfectamente. Por eso quiero hacer que la gente se sienta aliviada, mejor. Pienso que, además de todas las cosas que hay que arreglar en el mundo, debemos curar muchos corazones de personas a las que se les ha destrozado la vida o los sueños. Eso trato de hacer cantando desde el corazón, inspirar a otros. ¿De qué se siente más orgulloso en su carrera? No siento nada de orgullo, sino agradecimiento por esa conexión tan fuerte que tengo con personas que no conozco. Lo que más me incomoda del mundo es que me quieran dar un premio. Tampoco sentirá decepciones... Trato de vivir en el aquí y el ahora, y aunque es verdad que a veces me siento decepcionado por el trabajo que hice ayer, o si canté mal, o si el sonido no fue bueno, cada día trato de hacerlo lo mejor posible tanto en el escenario como por los sitios adonde iba, o en mi casa. Has de vivir pensando en la película en grande, puede que éste sea tu último día. En el artículo original: larazon.es
|